OBSEQUIANTE DE PRESTIGIOS
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 27.09.13
Nadie ha
modificado una línea de los propósitos irrenunciables del régimen iraní
COMO habrán
comprobado, el asesinato de más de mil hombres, mujeres, ancianos y niños
sirios por medio de gas sarín, lanzado desde armas de guerra con las que sólo
cuenta en Siria el ejército regular, ha quedado impune. Una magnífica operación
de propaganda ha sido eficaz. Atribuyó el uso de armas químicas a todos los
contendientes por igual. Y ridiculizó la muerte de tan sólo mil personas por
armas químicas cuando centenares de miles morían por armas convencionales. La
opinión pública internacional y sobre todo la que más importa, la
norteamericana, llegó a la conclusión, siempre la más cómoda, de que lo mejor
era no hacer nada. De repente, toda la oposición al régimen era Al Qaeda. Y los
presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Siria, Al Assad, emergieron como
insospechados defensores del cristianismo en la región. Todos concluyeron que
daba igual que matara un arma u otra, da igual que un arma esté prohibida o no,
dan igual las convenciones internacionales. Así las cosas, se ha logrado
generar la impresión de que dejando impune el crimen la violación de la
prohibición de armas químicas, se evitaba una guerra. Cuando la guerra ya
acumula seis dígitos de muertos y suma y sigue, se entonaba el ¡Dadle una
oportunidad a la paz! desde Damasco, Teherán, Moscú y también Berlín o París y
Washington. Como si hubiera una paz que proteger no haciendo nada. Barack Obama
obedeció agradecido, deseoso de tragarse sus palabras sobre «líneas rojas» y
credibilidad en la disuasión. Por supuesto que nadie se cree la ridícula oferta
de Assad de controlar, recolectar y entregar o destruir todas sus armas
químicas. Porque es física y metafísicamente imposible hacerlo. Aunque
quisiera, no podría recolectar en todo el país esas armas. Unas armas que
semanas antes negaba tener. Pero ya da igual, porque al final lo único que se
intentaba salvar era la cara de Obama. El daño para la credibilidad de EE.UU.
es incalculable. Sólo comparable en el último medio siglo al causado por el
inefable Jimmy Carter.
El gran triunfador
ha sido Vladimir Putin, que preside un régimen corrupto, embrutecido y
debilitado. Un país que en veinte años no ha avanzado más que en la gestión
mafiosa de las materias primas. Estos días asistimos en Nueva York a una nueva
fase en una operación que, con mucha lógica, en Moscú y Teherán se ve como gran
ocasión de dejar a EE.UU. neutralizada como autoridad política en la región
para mucho tiempo. Han de aprovechar los dos años que quedan de mandato Obama.
Difícil será volver a tener un presidente norteamericano tan dúctil para los
intereses de sus grandes rivales. Todo dictador y sátrapa que se enfrenta a él,
acaba cubierto de prestigio. El que escasea por Washington. Ahora llega la
ofensiva de encanto del presidente iraní Rohani. Se ha presentado como un
auténtico cambio en Teherán. Puede que llegue a serlo. Espectacular ha sido su
condena del Holocausto judío, que su antecesor Ajmadineyad negaba. Es un avance
que un presidente de los ayatollas acabe con una mentira de semejante vileza.
Pero la operación de la Casa Blanca vuelve a bañarse con la sentimentalidad que
siempre oculta un fraude. Nada ha pasado aun para que Irán deje de ser la
mortal amenaza de un régimen fanático que quiere hacerse con la bomba atómica.
Nadie ha modificado una línea de los propósitos irrenunciables del régimen
iraní, entre ellos la destrucción de Israel. Ni de la bárbara represión en
suelo iraní. Pero ya huele esta administración Obama una bonita operación
mediática de armonía, por falsa que sea, para tapar la acumulación de fracasos.
Como siempre, claro, a costa de la seguridad del prójimo.
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