COBARDÍA ANTE LA FALACIA
Por HERMANN TERTSCHABC Viernes, 04.10.13
Ahora, de repente, esta grotesca figura de la fatalidad en
la historia de España teme por la cohesión nacional
HACE unos días, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero
deambulaba extremadamente locuaz por los salones de la Embajada en la primera
recepción oficial de bienvenida del nuevo embajador norteamericano. A diversas personas se
acercó con especial interés para comentarles su «gran preocupación» por la
evolución de los acontecimientos políticos en Cataluña. Las personas que me lo
comentaron a mí son extremadamente bien educadas y duchas en brega social por
lo que aguantaron pacientemente la exposición de los pesares del expresidente.
Agradecí no verme sorprendido en un círculo asaltado por el personaje con esos
lamentos porque no sé si la educación que me dieron mis padres y la disciplina
germánica habrían sido suficientes para evitar un exabrupto. Resulta que ahora
anda esta caricatura de Von Papen esforzada por mostrar en público inquietudes
por la suerte de la nación discutida y discutible. Ahora, de repente, esta
grotesca figura de la fatalidad en la historia de España teme por la cohesión
nacional, por la convivencia, por la legalidad y la seguridad. Lo cierto es que
ahora son legión los sorprendidos. Pocos con la apabullante culpa histórica e
ignominia que Zapatero se llevará a la tumba. Pero muchos con responsabilidad
en haber permitido que este obsceno proyecto de destrucción de nuestras leyes y
nuestra patria haya llegado a ser un peligro real y no siga siendo el
irrelevante delirio de unos ultranacionalistas desnortados. Que el disparatado
plan de dinamitar uno de los estados nación más antiguos del mundo tenga visos
de verosimilitud y haya sembrado zozobra, miedo y angustia en millones de
españoles. Ahora van cayendo del guindo uno tras otro. Y hay que ser muy
cristiano para no desearle a alguno que se haga daño en la caída.
Melancolía es lo que inspiran tantos lamentos sobre la
deriva separatista. Y un poco de desprecio. A esos comentaristas que tanto se
han mofado durante años de los temores de muchos españoles ante los planes
separatistas. Que tanto han caricaturizado a quienes denunciaban la
connivencia, cuando no abierta complicidad, de la izquierda en planes para la
liquidación sistemática de elementos de cohesión nacional. Toda iniciativa
contra la lengua común de todos los españoles ha contado siempre con el apoyo
entusiasta de toda la izquierda española. A veces también de sectores del
Partido Popular. Todos los esfuerzos por garantizar el acceso al español han
sido saboteados por los mismos. Treinta años de observación hacen inapelable el
diagnóstico de que la inmersión catalana es un instrumento más en la agitación
separatista. Para la formación de generaciones en el odio a España y el rechazo
y desprecio a todo lo español. La agitación contra la cohesión nacional, contra
la propia existencia de la nación española, ha existido siempre. Pero su
generalización llega con la ofensiva ideológica que trae consigo el revanchismo
ideológico de Zapatero. En su agresividad contra toda manifestación patriótica
que es descalificada en las televisiones y en las radios mientras se exige
respeto incuestionable para las manifestaciones identitarias regionales. La
violencia verbal contra todo aquel que defendiera la unidad de España y
denunciara la amenaza separatista la han generado los grandes comunicadores del
zapaterismo. Pero la insidia, la sorna y la ironía hiriente contra esos
españoles preocupados ante la posibilidad de que pasara lo que al final ha
pasado, la han practicado muchos más. Porque les resultaba más cómodo y más
rentable estar en esa masa de la opinión conforme. Y no querían exponerse a ser
tachados de fascistas, casposos o, por aún, españolistas, por ese rodillo de la
revancha y el odio que llegó con el milenio, disfrazado de talante. La
cobardía, ahora ante la falacia histórica, ha sido, una vez más, el drama de
España.
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