LENTO MUTIS INEXORABLE
Por HERMANN TERTSCHABC Sábado, 05.10.13
Nada será ya como antes para «Il Cavaliere». Sus idas y
venidas del escenario político, sus salidas dramáticas y entradas
intempestivas y a la vez triunfales son ya cosa de un pasado que no volverá.
Por muy cierto que sea que todos los que han dado por muerto políticamente a
Berlusconi se han tenido que tragar siempre sus palabras hasta ahora. Por
cierto que sea también que si mañana hubiera elecciones volvería a apabullar
con un resultado de dos dígitos. Quizás con uno mayor que los que garantizan a
muchos partidos en el resto de Europa el encargo de formar Gobierno. Pero ya no
es lo mismo. Porque será sin él. Y no es cierto, y él lo sabe, que puede hacer
igual política desde fuera de las instituciones. Agitación sí, política ya no.
Desde ayer, la tapa del ataúd político de este hombre
extraordinario, que ha marcado la política italiana como nadie en los pasados
veinte años, tiene un clavo más. Porque la comisión del Senado decidió su
expulsión y el levantamiento de su inmunidad. Dentro de quince o veinte días,
habrá de decidir el pleno del Senado que, previsiblemente, confirmará esta
expulsión. Y así entrará en vigor la inhabilitación de Berlusconi. No se sabe
por cuanto tiempo será. Lo suficiente para que no acceda a ninguna nueva inmunidad
política. Y mientras se puede sumar alguna sentencia más a las dos firmes que
ya le esperan. El ocaso político de Berlusconi ha llegado. Cuando el martes
apoyó al Gobierno de Enrico Letta después de un intento desesperado de tumbarlo
por defender su inmunidad personal, hacía «Il Cavaliere» un reconocimiento de
su debilidad, de su falta de razón, pero también era aquello, de algún modo, la
aceptación resignada del final del camino, de su edad que ya ningún «lifting»
ni viagra va a poder frenar. Ya no había subterfugio patriótico que hacer. Ya
ha quedado sin fuerza toda cantinela de la conspiración, por mucho que en algún
momento existiera. En su intento por acabar con el Gobierno de Letta en un
momento dramático para la economía italiana, Berlusconi había dejado los
últimos jirones de un argumentario político que siempre ha sido personal, pero
que ya era solipsismo puro. Él mismo se situó enfrente del evidente interés
nacional en una acción impropia de un gran calculador y sin duda fruto del
agotamiento y la desesperación.
A sus 77 años, Silvio Berlusconi tiene ahora tarea de sobra
con la lucha por conseguir que las condenas, las que le han llegado y le
llegarán, no turben demasiado los años que le quedan de vida. Una amnistía, ya
sugerida por el presidente Napolitano en varias ocasiones, podría facilitar esa
salida. Italia se tendrá que esforzar ahora, tras el ocaso de esta inmensa
personalidad política y genial zámpano en conseguir crear una derecha
homologable a la del resto de Europa.
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