ABC Martes, 04.02.14
Es tan tolerable una asamblea de asesinos múltiples como
destruir en Gamonal o agredir al anciano cardenal ante la catedral
«LA moderación en el comportamiento es siempre una virtud.
No lo es la moderación en los principios». Esta sentencia del gran Thomas Paine
me la traía ayer al recuerdo el entrañable colega italiano Josto Maffeo. En su
glorioso panfleto de «Common Sense» («Sentido común») durante la Revolución
Americana, como en «Los derechos del hombre» en plena Revolución Francesa,
Paine cuaja los mejores aforismos sobre sociedad y libertad, sobre deber y
responsabilidad. Se dirigía a hombres que dejaban de ser súbditos y habían de
asumir en libertad la defensa del bien. Habían de defender la nueva sociedad
virtuosa. Sin corromper sus virtudes. Había que ser tolerante. Pero inflexible
en defender la libertad que hacía posible la tolerancia. Había que ser moderado
en formas. Pero no se podía moderar la defensa de la verdad. Como no se podía
modular la verdad misma. Aquello fue hace tiempo. Hoy nadie sabe quién es
Paine. Y un moderado es el que busca máximo provecho de mínimo compromiso. En
equidistancia exquisita. Cuando alguien defiende aquí, por ejemplo, la unidad
de España que está en la ley, y otro aboga por la destrucción de España y por
tanto de las leyes, nuestro moderado se sitúa en medio, en el centro lo llaman,
y tacha a los dos de inmoderados y radicales. Y frente a los dos «extremistas»,
se eleva con la superioridad moral que da el saberse moderado, quita la razón
por igual a uno que al otro y se la da a él mismo. Pero lo cierto es que, al
quitarle la razón a quien defiende las leyes, en realidad pasa a engrosar las
fuerzas de quienes las están combatiendo. Por ello, gracias a la proliferación
de moderados en la defensa de las leyes, de los principios y la cultura básica
de convivencia en España, los enemigos de todo ello llevan décadas en campaña
victoriosa en la sociedad española en permanente conquista de terreno y
creación de hechos consumados que después presentan como derechos irreversibles
por inalienables.
Nos ha pasado siempre con el moderado por vocación que ha
sido el PNV en la cuestión terrorista. El moderado equidistante ha sido a la
postre el más fiel aliado de los terroristas en la consecución de sus objetivos
para el nacionalismo. Ha sucedido con el PSOE, que en su equiparación entre
separatistas y constitucionalistas se convirtió en el peor enemigo de la
Constitución con Zapatero de timonel con su Estatuto catalán y sus acuerdos de
beneficios mutuos con ETA. Esas dos felonías nos han hundido en una crisis
existencial que no tuvimos ni en la Guerra Civil. Ahora es el PP el que se
despoja de todo lo que molesta para actuar igual. La fascinación por esa
moderación, ese relativismo indolente, es explicable. Cuando no se cree más que
en la conveniencia propia con el mínimo esfuerzo y sacrificio, esta
equidistancia ofrece mucha ventaja. Se puede cambiar siempre de aliado. Aunque
sea fugazmente. Se evita el conflicto en minoría. Siempre con esa mayoría que
huye todo conflicto, pero ansiosa del beneficio propio gratuito. Aplicado a la
educación el resultado es una gran masa manipulable. Y un sector muy radical en
las posturas primarias, en la exigencia sin responsabilidad, en la demagogia,
en el victimismo social e histórico, en las ideologías redentoras, es decir en
la izquierda y el nacionalismo. Su fundamental arma es la tolerancia. Si todo
es tolerable, propiedad, libertad y dignidad quedan a merced de los tolerados,
los peores. Es tan tolerable una asamblea de asesinos múltiples como destruir y
amenazar en Gamonal, la sedición, el golpismo o agredir al anciano cardenal
Rouco ante la catedral. Quemarla, también. Todo moderación, todo tolerancia,
todo impunidad.
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