ABC Martes, 20.05.14
En Montecassino se dieron cita, hace 70 años, la valentía,
la fe, el amor a la verdad, a la libertad y a la cultura, el sacrificio y la
dignidad
«LA bandera de Polonia ondea sobre las ruinas del antiguo
monasterio». Con estas palabras anunciaba la BBC el 18 de mayo de 1944 que
había concluido la fiera batalla de Montecassino. Tras cinco meses de brutal
batalla, con infinidad de bajas por ambos lados; después de tres ofensivas
aliadas repelidas por las fuerzas alemanas que habían retrasado así en meses la
ofensiva hacia Roma, con la toma de los restos del monasterio en la cumbre
quedaba expedito el camino para la liberación de la Ciudad Eterna. Los primeros
en llegar a los humeantes escombros fueron voluntarios polacos, huidos de su
patria aplastada por Hitler y Stalin. Entre ellos, oficiales milagrosamente
escapados de la matanza de Katyn. Y en Cassino también heroicos protagonistas,
como lo fueron en la Batalla de Inglaterra en los cielos de Londres. Su bandera
entre las aliadas era un canto de esperanza a la libertad de toda Europa, que
habría de frustrarse muy pronto, cuando Stalin toma el relevo de Hitler en
sojuzgar Europa central y oriental. Cuando cayó el telón de acero.
Los políticos ahora en campaña electoral no se han acordado
de Montecassino hace 70 años. Del drama bélico en aquella abadía fundada en el
año 524 por san Benito de Nursia, cuna de la orden benedictina que extendería
por toda Europa la fe como el estudio y el arte. Y la conciencia europea. Hoy
pocos políticos saben de la batalla o de la abadía. Ni de benedictinos ni de
conciencia europea. Que no es la de la burocracia, el fervor regulatorio y los
sueldos de Bruselas. Los británicos y los polacos, siempre respetuosos con su
historia, han honrado Montecassino. Londres envió al príncipe Harry. Los
polacos, una nutrida representación. Este 2014, año de tremendas efemérides.
1914, 1939, 1944, 1989. ¡Cuánto habría para hablar a los europeos de lo mucho
bueno que se ha hecho en Europa desde entonces! Y de lo mucho que se hizo y se
hace mal. Y de lo mucho que puede perder. De los inmensos peligros que acechan.
De los que solo se toma conciencia si se tienen en la retina los cementerios llenos
de jóvenes que cubren todo el continente. Que murieron en horrores y en grandes
gestas. Como los que reposan en el cementerio polaco junto a Cassino. Los 1.024
que dieron la vida en Italia por liberar Roma pero también Varsovia. Allí están
las lecciones a dar. También en alemanes como el comandante Julius Schleger, un
vienés al que debemos que Montecassino se reconstruyera en su esplendor, según
sus planos originales. Él los sacó de la abadía junto a joyas de la pintura,
desde obras de Leonardo a Ticianos, incunables y otros documentos de la
milenaria biblioteca. Y con los restos de San Benito de Nursia, el fundador, en
100 camiones, puso todo ello a salvo en el castillo de Sant'Angelo de Roma. Por
amor a Europa, a su espíritu y herencia.
En Montecassino, con casi 1.500 años de historia como
fortaleza de la oración, del pensamiento y el estudio, se dieron cita, hace 70
años, la valentía, la fe, el amor a la verdad, a la libertad y a la cultura, el
sacrificio y la dignidad. En plena vorágine de violencia, odio y bombas. Lo
evoco siempre con esta columna, como el nudo que une razón y emoción, hechos e
ideas, fe e interrogantes. Todo lo que hizo fraguar en Europa esa civilización
que, pese a sus muchos enemigos y a todas sus propias miserias, aun alberga, escondida
de casi todos, la grandeza, la generosidad y el misterio de la fortaleza que
invitan a la sublimación del ser humano.
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