ABC Viernes, 06.05.16
Hace décadas que la derecha entregó la educación a los
nacionalismos, en la ridícula suposición de que podría vivir al margen de la
peste ideológica
NO ha hecho falta esperar a que llegara al poder el Frente
Popular. Cuando llegue –lo que vista la energía y convicción de sus adversarios
será pronto– ya permitirá que cada región hasta ahora española se dedique a la
fabulación de toda una nueva leyenda mágica como pasado propio. Y haga
desaparecer los molestos rastros de la milenaria historia de la nación
española. Pero de momento, sin tener el poder central, las fuerzas
izquierdistas y separatistas no dejan de avanzar y conquistar posiciones
fundamentales en la batalla de las ideas y en su ofensiva por consumar la
reescritura falsificadora de la historia. Ahora han logrado otro paso capital:
que las fuerzas que se pretendían defensoras de la Constitución, de la Nación
española y su legado histórico abdiquen definitivamente de su compromiso en la
lucha ideológica por las mentes y los corazones de las generaciones jóvenes. El
Gobierno renuncia a todo intento de unificación de criterios y contenidos en la
educación de los niños y jóvenes españoles. Y asiste al desacato generalizado de
las autonomías en materia de educación con la misma pasividad que a la
desobediencia sistemática y el desprecio al Estado de unas instituciones que su
política –mejor dicho, su falta de política– y la complicidad socialista han
dejado en manos de comunistas y ultras separatistas.
El presidente del Gobierno y su equipo abandonan, sin lucha,
sin esfuerzo, con perfecta indiferencia, una tras otra, todas las plazas en las
que debía ser defendido el proyecto nacional de reconstrucción y rehabilitación
para una España fuerte, abierta y normalizada en el siglo XXI. Es la
capitulación de toda idea nacional como una ofensa sistemática, más allá de su
electorado, a una Nación que exigía y merecía ser defendida. Si esa abdicación
ya la había hecho el PSOE, el PP ha cumplido esa máxima de que la derecha
española emula lo peor de la izquierda, siempre con retraso. La única idea que
defiende ya es la supervivencia, cueste lo que cueste, duela lo que duela, de
su jefe Mariano Rajoy y quienes le rodean. Por eso tratan con desprecio a todos
menos a los enemigos del Estado, a esos que deben cumplir la función de asustar
lo suficiente a la maltratada clase media como para convencerla de votar, nariz
tapada o vergüenza confesa, a lo que presentan como única alternativa al caos y
a la destrucción de España. Tan creíble han querido hacer el fantasma de la
destrucción que este está mucho más vivo que el propio Gobierno.
Hace décadas que la derecha entregó la educación pública y
la hegemonía cultural a la izquierda y a los nacionalismos, en la ridícula y
egoísta suposición de que podría vivir al margen de la peste ideológica del
resentimiento social y el victimismo tribal. La cúpula del PP, atenazada por la
mala conciencia y por temores a un poder mediático entregado a los enemigos por
cálculos torticeros e inconfesables, huye ahora de todo conflicto. Y busca
abrazarse a lo que sea para salvar al soldado Rajoy, ya sea Ciudadanos, PSOE o
a un pedazo de este, si logran romperlo, que es posible. Pero todos huyen del
PP hacia la izquierda. Y el PP de Rajoy detrás. Así queda en un rincón,
ignorada, marginada y apestada, la idea de renovación e integridad nacional,
del retorno del imperio de la ley y la unidad en defensa de la libertad y el
bienestar frente a las amenazas extremistas destructivas y sus mentiras.
Millones de españoles políticamente huérfanos se debaten entre la rabia y el
miedo. Y al Gobierno lo único que parece interesarle es que lleguen al 26-J lo
bastante asustados como para pensar que todo lo demás es peor que Mariano.
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