ABC Domingo, 01.05.16
Dentro de la sala en Stuttgart se reúnen unos dos mil
delegados, todos declarados defensores de la Constitución alemana y de la
democracia y firmes adversarios de la violencia. Son el congreso del partido
derechista Alternativa por Alemania (AfD) cuyo fulgurante éxito electoral en
los últimos meses tiene conmocionada a la clase política tradicional alemana.
Fuera se manifiestan y agreden a la Policía cientos de ultraizquierdistas del
«frente antifascista», partidarios de dictaduras y de la violencia. Una vez más
es escandaloso comprobar cómo la mayoría de los medios tratan poco menos que
como delincuentes nazis a unos pacíficos congresistas y como ciudadanos de bien
a los vándalos comunistas y antisistema que pretendían reventar el acto. En su
Congreso, el AfD volvió a declararse un partido democrático y contrario al
nazismo. Habló de «los años tenebrosos del nacionalsocialismo». Decidió además
imponer una gestora en el Sarre precisamente por la sospecha de contacto de
varios miembros con el ultraderechismo del NPD. Todo para dejar claro que son
otra cosa. Que son un partido alemán «nacional y patriótico».
Como otros partidos surgidos en el centro y el norte de
Europa, véase Austria o Hungría. Son «demonizados» como ultras, racistas y
nazis para disputarles el derecho a existir. Pero crecen sin cesar. Ellos no
quieren destruir el sistema como el populismo de ultraizquierda o separatista
en España. Quieren defender su Constitución y el sistema desde postulados
democráticos. Los partidos tradicionales y los medios están en pánico. Temen
con razón que la crisis de los refugiados, añadida a otras anteriores no
resueltas, ha hecho detonar finalmente una revuelta popular contra la ideología
del sesentaiochismo, contra el consenso socialdemócrata de todos los grandes
partidos y contra una corrección política que oculta la realidad masiva y
alevosamente. Europa ha entrado en un proceso de cambio inmenso que nadie sabe
adónde lleva. Los partidos tradicionales no debieran obstinarse en negar la
realidad y pretender marginar a las nuevas fuerzas en la extrema derecha. Para
que no acaben siéndolo. Porque de una forma u otra sus inquietudes y demandas
van a estar muy arriba en la agenda europea. Ya no podrán ser reprimidas ni
ignoradas.
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